LA VOZ DE LA ENCINA

Hoy he cogido el coche y me he alejado unos cuatro km del pueblo. He ido a visitar a un Gran Ser de belleza y fortaleza extraordinaria. Es una encina, alta, inmensa, majestuosa; su forma simula un templo, ya que sus largas ramas se inclinan hacia abajo hasta casi tocar el suelo. Al acercarme, ella me ha invitado a entrar en su interior como otras tantas veces.
Me he sentado en una piedra a dos metros de su tronco; los rayos de sol entraban tímidos atravesando su copa y queriendo bañar mi rostro con su luz. Me he quedado quieta, en silencio; es un lugar mágico, lleno de paz, de recogimiento.
Ella ha esperado como siempre, respetuosa, comprensiva, paciente, a que yo escuchase el sonido de mi propia voz, mientras su aura y la mía se iban fundiendo y entrando las dos en un verdadero estado puro de vibración.
Me oía respirar, ha visto como una pequeña brisa se llevaba y esparcía por el lugar las decenas de pensamientos que han visitado mi mente en unos pocos minutos.
Entonces ha percibido en mí un estado de alerta, un pensamiento mío ha desencadenado una emoción y mi cuerpo ha empezado a moverse, a quejarse, y mi respiración a agitarse; todo ha sido un acto imperceptible por el ojo humano, incluso muchas veces por uno mismo, pero ella es un ser sabio, amoroso y sanador y ha intuido lo que mi alma necesitaba en ese momento.
Ha sido entonces cuando he escuchado dentro de mí una tierna voz que me susurraba: “ven, acércate, cierra los ojos y abrázame; todo está bien”.
Me he aproximado, la he rodeado con mis brazos, he apoyado una parte de mi rostro en su tronco y me he dejado mecer por ella; sentía toda la fuerza y la magia del universo sobre mí; me sentía acompañada, protegida, a salvo.
De mis ojos escapaba un sollozo de emoción, cuando he vuelto a sentir otra vez desde de lo más profundo de mí la misma voz que me decía: “Sécate esas lágrimas de alegría y escucha mi canción”.
Yo ya llevaba un rato escuchando el piar de los pajarillos festejeando el olor a primavera y sobre todo escuchando el persistente ti-ti de un carbonero común que lleva un tiempo conmigo siendo guía y compañero. Pero en verdad, no me esperaba el inimitable chillido del águila, siempre me estremezco al escucharlo, siento el halo de gracia y libertad que lo acompaña, es el animal que más me conmueve.
No quería dejar de abrazar a ese Ser tan incondicional, pero a la vez quería salir a cielo abierto para ver planear el ave que es parte de mí; y otra vez la suave voz: “Sal de mi templo y escucharás maravillada mi canto”.
Entonces he salido al exterior, un par de nubes surcaban el cielo y entonces de la nada, lo he visto surgir; chillaba y chillaba mientras planeaba, pero entonces he escuchado otro grito y ha aparecido otro, es la época de apareamiento y el baile que hacen de enamorados es espectacular. Mientras miraba emocionada el filtreo, dos águilas más me han bendecido. Así que cuatro seres celestiales me han cantado mientras danzaban sobre mi cabeza más bajas de lo habitual.
Y a lo lejos escondido entre los pinos el graznido de un cuervo me ha traído de vuelta para recordarme que la magia está en cualquier lugar, en cualquier momento, siempre y cuando estemos en sintonía con el corazón de todos los seres que habitan este bello planeta.

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